sábado, 16 de marzo de 2013


La Locura de ser un Quijote... 
       
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En la literatura Universal existen personajes que por sus características, se han constituido en arquetipos humanos cuya vigencia histórica y literaria es permanente. Es tal la fuerza de su personalidad, que su “realidad” la percibimos como si de seres irreales se tratase.
ImageDon Quijote es uno de aquellos personajes. Creado por la pluma de Miguel de Cervantes Saavedra, da vida a la novela cuyo título original es “El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”.
No pretendo en estas líneas comentar las innegables y aclamadas cualidades de belleza y armonía de la obra o la solidez de la estructura conceptual de la misma.
Mi pretensión es acercarme al Quijote humano, al Quijote profundo, a aquel ingenioso hidalgo que página a página, llena nuestra alma de romántico anhelo por dedicar la vida a un Ideal y luchar y combatir por todo lo noble y todo lo bueno. ¿Dónde reside esa mágica fuerza que nos llena de respeto y admiración por aquel que enloqueció leyendo novelas de caballería y se lanzó a deshacer todo tipo de agravios y entuertos?
ImageTodos aquellos personajes se encuentran en nuestro inconciente, interactuando e impulsándonos desde nosotros mismos o desde el entorno, a actuar y vivir según la manera como ellos son movidos o conmovidos. Por ello, conforme avanzamos en la lectura de la novela, mientras reímos con las divertidas complicaciones que se presentan, se va levantando una secreta admiración por aquel hidalgo que vio transfigurada a una humilde campesina en su Dama Dulcinea del Toboso. Y así vamos, poco a poco, haciéndonos partidarios de Don Quijote, y sin darnos cuenta despertamos un dormido idealismo con más y más fuerza, hasta que acabada la lectura deseamos intensamente que el Caballero de los Espejos sea derrotado por nuestro héroe. Porque ya para entonces hemos casi descubierto la espléndida vida del ingenioso hidalgo y la triste existencia de los cuerdos, que pugnan por hacerle entrar en razón, para que abandone esas locuras de Damas y Caballeros, y retorne a su casa a llevar una vida apacible, lejos de las aventuras, de los riesgos, del entusiasmo y todo motivo profundo de vivir y morir.
Tarde!, el Sancho de la novela descubre la dicha inmensa de vivir con un ideal. Tarde!, porque ya Alonso Quijano ha vuelto a la vida y Don Quijote ha muerto como un valiente; y, puesto que no fue él quién vivió tales aventuras, no las recuerda. Tarde!… como tarde en muchos será el despertar hacia los ideales cuando la vida inicie su curva descendente.
Ese Quijano profundo no está en la novela, allí vive solo un reflejo. Tampoco se encuentra en el tiempo. Tampoco se encuentra en el insigne Miguel de Cervantes. Ese Quijote humano y profundo está, pues, en nosotros, si tenemos la fuerza y el valor de ser Idealistas. Aquellos que ya no tienen ideales, que han abandonado la vida heroica y apasionada, son aquellos que dieron muerte al Quijote de su corazón, reemplazándolo por el mediocre Sansón Carrasco. Para estos últimos, la existencia perdió vida, perdió impulso, perdió sentido.
Los médicos de hoy han diagnósticado como Locura, al mal que le aquejaba a Alonso Quijano; y todos los mediocres del mundo sonrieron satisfechos, y todos los tibios del mundo proclamaron la Santa cordura de… ser tibio. Como Idealistas, en cambio, nos rebelamos contra ello. Porque no es locura vivir por un Ideal, ni locura creer en la existencia de Damas y Caballeros o rendir culto al honor, y luchar por la justicia defendiendo a los pobres, a los necesitados y a los débiles.
“No es locura creer en Dios.”
“No es locura amar todo lo noble y todo lo bueno.”
“No es locura enfrentarse con los gigantes para convertirlos en molinos de viento.”
“No es locura en esta locura del mundo de egoísmo y violencia ser idealista.”
“No es locura seguir la divina enajenación de Don Quijote.”
“No es locura luchar apasionadamente por la construcción de mundo nuevo y mejor.”

Si eres idealista el Quijote profundo está en ti.


Dr. Ricardo López R.
Director del Centro Médico Seraphis

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jueves, 7 de marzo de 2013




La Vida y la Muerte


  ¡Albricias, felicidad! ¡Acaba de nacer un niño! ¡Nuestro hijo ha llegado a la vida           !.
Así festejan los hombres la aparición de un nuevo ser sobre la tierra. Todo parece poco para este pequeño cuerpecito que necesita de la protección mas absoluta y de los cuidados más cariñosos. Besos, regalos, lágrimas de alegría emoción, jalonan el acontecimiento de la vida.
¡Qué dolor más grande! ¡Cuánta pena anida en mi alma! ¡Acabo de perder a un ser querido!
Así lloran los hombres la desaparición de quienes nos acompañan y el sumirse en ese oscuro misterio de la muerte. Lágrimas de tristeza, luto y desolación marcan el paso de un alma de un mundo al otro.
Pocas veces nos hemos detenido a pensar de dónde venimos cuando nacemos. Ya no se trata de la cuestión religiosa ni filosófica del origen de las almas. Se trata de algo más simple: si llegamos a la vida, es que venimos de alguna otra parte, sea ésta cual sea, y sea como sea. ¿No dejaremos acaso seres tristes y llorosos en esa otra parte, cuando la abandonamos para dirigirnos a la tierra de los vivos? Lo que los padres festejan con alegría, ¿no será un dolor para otros padres inmateriales que ven partir un alma que les acompañaba hasta ese mismo momento?.
Y cuando morimos y dejamos la tierra, ¿hacía dónde vamos? Sí de algún sitio venimos, es seguro que hacía otros sitio vamos. En el infinito no caben los límites definidos. Y allí donde vamos, ¿no nos recibirán con risas y alegrías de reencuentro, mientras nuestros deudos nos lloran en la tierra?.
La vida y la muerte son dos caras de una misma moneda: VIDA. Los que aquí estamos, hemos venido de alguna parte y hacia otra nos dirigimos, pero jamás dejamos de ser.
Lo que los hombres llaman vida, es la aparición manifiesta en materia de un alma en  esta tierra. Y lo que los hombre llaman muerte es la misma alma que, despojada de materia, no puede sobrevivir en este mundo y se dirige a otro.
La vida terrestre es el reino de la forma. Y aquí es donde Maya se torna fuerte y segura. Ella juega con la vida, ella juega con las formas, las varía y las adapta para conseguir su cometido: mas vida material, mas formas, más multiplicación.
Cuando las formas aparecen en el mundo de Maya, asumen pequeñas proporciones. Es la defensa de la ilusión para proteger los jóvenes cuerpos. Nadie puede dejar de sentir compasión y ternura ante la pequeña vida. Un bebe, un pequeño animalito, una plantita que se abre... todo induce al cuidado y al cariño. Los hombres se inclinan ya no sólo ante sus pequeños hijos, sino ante los pequeños animales, por muy peligroso que ellos pudieran tornarse luego. No es lo mismo un gran tigre, que un cachorrillo de tigre; el uno es fiero y temible; el otro es tierno y suave. Y aun los animales se conmueven ante los niños pequeños, y la misma fiera que ataca a los hombres, protege a sus bebés, porque Maya cubre los ojos furibundos con la venda de la compasión; hay que salvar la vida cueste lo que cueste; esas formas requirieron mucho esfuerzo y paciencia para destruirlas de un zarpazo.
Cuando las formas promedian su existencia en el mundo de Maya, ya que pueden valerse por si mismas y entonces no despiertan ternura si no competencia. Es la lucha por la subsistencia, donde el más fuerte puede con el más débil. El amor puede paliar esta lucha, pero en rigor, todo es cuestión de fuerza, ya sea física, psíquica, mental o espiritual. Y siempre gana el más fuerte, en el campo que sea. Las competiciones deportivas que tanto entretienen a los hombres, son un juego replicado del otro juego de Maya, aplicado a la competencia del diario vivir.
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Antes de que las formas declinen y se desgasten, ellas deben cumplir con el deber fundamental que Maya les impone: seguir produciendo formas. Con mil velos y argucias, Maya hará que nuevos cuerpos asomen a la vida material, para lo cual tiene que valerse de los cuerpos que ya existen. El egoísmo natural de los vivos, haría que ellos nunca se reprodujesen, a no ser por el juego de Maya, por el engaño del placer, por la ilusión de ser uno mismo quien toma la decisión de multiplicarse.
Y luego llega el decaer de las formas. Es la etapa final, la que los hombres llaman vejez. Las cosas viejas ya no inspiran ternura, ni llaman a la competencia. Son elementos secos y desgastados que necesitan reemplazarse. Buena despedida de la vida, para no enamorarse excesivamente del brillo de las formas. El alma, ella sola pide quitarse  de encima la cáscara usada, para recobrar en otro sitio  ideal la ligereza y encanto que un cuerpo pesado ya no deja traslucir.
Maya misma acelera el proceso con una suerte de abulia y ensueño sin fin, pero jamás pierde energías, pues las viejas formas se renovarán en lo hondo de la tierra o en lo frágil de las cenizas. Nada se pierde: todo se transforma.
Vida y muerte son dos caras de una misma moneda, y dos momentos de un juego perpetuo que repite sus instantes , produciendo aquello que los hombres llaman ciclos.

Todo en la Naturaleza juega en redondo. El día y la noche, el sol y la Luna, el verano y el invierno, el sueño y la vigilia, la niñez y la vejez ... Si todo gira, si todo retorna, si los mismos árboles que estaban secos, se cubren de verdor, y el mismo mar que estaba bajo engorda con aguas poderosas, ¿por qué los hombres habríamos de escapar de este juego?.
No hay casualidad. Hay un perpetuo juego de Maya que, bajo la ley de la casualidad nos atrae y nos obliga a cumplir con la propia experiencia. Vivir y morir a ciegas, jugando con Maya ..., o vivir y morir conociendo las reglas del juego...: eso es cuestión de evolución.

Delia Steinberg Guzmán
(del libro:"los juegos de Maya" )
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