Artículo Publicado en "El Heraldo"
Domingo 28 de Agosto 2011
No sabemos cuándo la humanidad empezó a hablar, pero sí que hay una “gramática universal” y que todos, de pequeños, estamos preparados para aprender cualquier lengua, aunque de mayores ya nos resulte más difícil.
No es lo mismo hablar, conversar y dialogar, aunque hoy sean sinónimos. Hablar es el parloteo sin sentido; conversar es compartir ideas y escuchar al otro; dialogar es desarrollar el lenguaje del alma, la búsqueda filosófica: hablar y escuchar de corazón a corazón.
¿Por qué es tan importante escuchar bien? Diferentes estudios realizados sobre cómo empleamos nuestro tiempo, fuera del sueño, indican que dedicamos el 20% del tiempo a leer y escribir, el 25% a hablar ¡y el 55% a ¿escuchar?!
Y hay una gran diferencia entre OÍR y ESCUCHAR:
OÍR: es no prestar verdadera atención, es simple captación de una sucesión de sonidos; una actitud pasiva.
ESCUCHAR: es más que oír con paciencia a los demás; es interpretar y entender lo que alguien dice, es descubrir el sentido que las palabras encierran; es un comportamiento activo que supone acercamiento y acogimiento a la persona comunicante, y aun de interesarse en lo que de verdad importa al otro; es una actitud activa y consciente.
Nuestros malos hábitos para escuchar. Son fruto de una incompleta formación de nuestro carácter y de una no puesta en acción de nuestros valores, lo cual nos hace ser “caprichosos” e “infantiles”, perdiendo muchas de las oportunidades que nos presenta la vida.
• Falta de atención. Prestar atención solo a lo que nos atrae.
• Falta de concentración. Nos perdemos en los detalles y no llegamos al mensaje que esconde. Es “perderse entre las ramas”.
• Falta de respeto hacia el otro. Interrumpir al que habla, hablar al mismo tiempo con más de una persona, mostrar con nuestro tono de voz apatía o agresividad, mostrar una actitud corporal pasiva, etc.
• Rigidez mental. Adaptarlo todo a una idea preconcebida; pensar que nuestra idea es la verdad absoluta, cerrándonos a todas las demás.
• Desinterés por aprender. Prescindir de escuchar lo que resulta difícil.
• Egocentrismo. Ignorar el interés del otro.
Y de nuestros malos hábitos solemos adoptar diferentes posiciones internas negativas, según sea nuestro interlocutor. Lou y Francine Epstein han clasificado “los lugares desde los que escuchamos” en tres niveles: consejeros, víctimas y jueces.
“Consejeros”: suponemos que cuando el otro nos habla, está esperando que le asesoremos, aconsejemos o le brindemos algún tipo de ayuda. Entonces, mientras nos va contando su historia, tratamos a toda velocidad de encontrarle una solución a lo que nos plantea, que disparamos apenas termina. Esto, lejos de ayudarle, lo “desordena” y le genera un sentimiento de ineficiencia e incompetencia por no haber “sabido” actuar mejor, cuando la solución parecía haber sido tan sencilla.
“Víctimas”: cuando alguien empieza a contarnos algo, comenzamos a procesar en paralelo cómo va a afectarnos eso que nos está diciendo, qué consecuencias va a acarrearnos, es el mecanismo que más contamina nuestra escucha, porque nos inserta en el territorio de nuestros temores, dudas y angustias, dejando de escuchar.
“Jueces”: escuchamos al otro desde una postura crítica, para aprobar o desaprobar lo que dice, para juzgar o para emitir una opinión. Mientras el otro habla, vamos repasando toda la información que tenemos almacenada “en nuestros archivos mentales” y vamos chequeando si la contradice o no, si se corresponde o no con nuestras creencias, vamos enjuiciándola a cada minuto. Nos autolimita, impidiendo ampliar nuestros conocimientos al no escuchar alternativas, enfoques y conceptos que pueden llegar a enriquecernos; no le damos entrada real a nada ni a nadie distinto a lo que pensamos. Nos quedamos atados al pasado, sin permitir que la escucha alimente nuestro futuro.
En los tres casos, la solución siempre es la misma:
• Empezar por ser conscientes de que realmente queremos “escuchar” al otro.
• Serenarnos y llegar a la conversación con el ánimo sereno y la mente abierta: sin serenidad emocional no hay paz mental.
• Durante la conversación, mantener el estado de humildad –no lo sabemos todo– y de atención: esforzarnos por entender “lo que nos quiere decir” y no perdernos en las palabras que utilice.
• Asegurarnos de que estamos entendiendo de verdad el mensaje que nos envía; para ello, reformular: hacerle breves preguntas sobre lo que nos dice, con nuestras palabras, y también preguntarle que nos aclare lo que no entendamos.
• No olvidar la regla de oro para una buena y eficaz escucha: Guardar Silencio. Deje que sea el otro quien hable, déjele contar su historia. Para escuchar hay que dejar de hablar.
• Cuando termine de hablar, no hay dar consejos si no te los pide, y si se le dan, que sean los que han surgido de él mismo porque ¡tiene el derecho a tomar sus decisiones y a equivocarse!, pues también tiene el deber de decidir y de corregirse para ser mejor.
• Y por último: reflexione sobre lo que has escuchado, trate de aprender algo de esa conversación, por pequeño que sea; mantenga su mente abierta y sigue esforzándote por mejorar tu capacidad de escuchar; así serás más útil a los demás y a ti mismo.
Hay que tratar primero de comprender, y después buscar ser comprendido.
Quien sabe escuchar siempre está aprendiendo, lo cual le permite tener unas ideas más claras y, por tanto, sabe qué quiere decir y a dónde pretende llegar. Es el paso necesario para desarrollar el lenguaje del alma, el que va de corazón a corazón.
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