Año Nuevo... ¿¡Vida nueva!?
Cuando se acerca el fin de un año, el fin
de un pequeño ciclo dentro de nuestras vidas, suele acometernos el deseo de
repasar ese ciclo y las cosas que hemos llevado a cabo durante su transcurso.
Éxitos y fracasos pasan rápidamente
-demasiado rápidamente- delante de nuestros ojos, de la imaginación, y
preferimos olvidar todo prometiéndonos mil mejoras para el próximo lapso que,
finalmente, no será muy diferente al anterior.
Dos problemas coinciden de manera
influyente en este panorama, dos problemas a los que queremos referirnos en
este artículo.
Uno de los conflictos mayores es la
indecisión de los humanos acerca de lo que verdaderamente queremos ser y hacer.
Esto lleva a vegetar en vidas medianas, opacas y carentes del brillo del
idealismo. Todo se resuelve en una perpetua angustia, que se borra apenas por
fugaces momentos, pero que nunca es erradicada, porque en realidad nunca
desaparece.
El trasfondo de este problema es simple
pero profundo: la angustia diaria, la angustia del momento presente, es el
resultado de otras radicales y angustiosas preguntas: ¿Quién soy? ¿De dónde
vengo? ¿Hacia dónde voy? Si el ser humano no tiene definidos ni sus principios
ni sus fines, ¿Cómo puede definir su momento presente?
Para decidirse a hacer algo, para decidirse
a ser alguien, hay que SABER qué es el hombre en general, y quiénes somos
particularmente cada uno de nosotros. Es necesario resolver el origen y el fin
de nuestras vidas, no en la vulgar respuesta de la materia que "aparece y
desaparece" por "leyes casuales", sino en la verdad de una Ley
Causal que encierra el misterio de nuestras vidas humanas y de todas cuantas
formas de vida existen. Hay que adentrarse hasta la Raíz Divina -bajo el nombre
que a Ella quiera dársele- para reconocer la propia raíz humana. Hay que vibrar
con el ritmo de la evolución universal para sentirse igualmente imbricados
dentro de ese ritmo, y comprometidos con esa misma evolución. Entonces podremos
vivir años distintos unos de los otros, años mejores unos que otros a medida
que ellos transcurren; entonces se borrará la opacidad de nuestras vidas, pues
cada minuto que pase será un minuto de mayor claridad interior.
El otro conflicto es la confusión entre
lo temporal y lo atemporal, entre lo que vive y se gasta y aquello otro que
perdura sin desgaste. Indudablemente nuestras vidas suponen un juego perpetuo
entre valores temporales y cambiantes y valores perpetuos y estables. Pero hay
que llegar a diferenciar perfectamente unos de otros.
Del mismo modo en que ninguno de nosotros
puede identificarse totalmente con el cuerpo; del mismo modo en que, aunque el
cuerpo envejece, nosotros podemos seguir siendo jóvenes por dentro, porque la
Juventud radica en el alma; así, y no de otra forma, debemos escoger como guía
aquellos valores que no perecen con el tiempo.
La diferencia está entre lo duradero y lo
eterno. Lo duradero, dura... pero finalmente se acaba; se traduce en modas más
o menos largas, pero modas al fin. Lo eterno es siempre, ahora, antes y
después; aunque miles de voces "de moda" pretendan disminuir lo
eterno, ello vive fuertemente arraigado en cada uno de nosotros. El hombre de
las viejas civilizaciones, ése que hoy aparece en forma de coloridas imágenes
en los libros de historia, y el hombre de nuestros días, ambos siguen
entendiendo de la misma forma el valor del Bien, de la Virtud, de la Amistad,
del Amor, del Honor, del Deber, de la Fidelidad...
Si abandonamos las falsas vergüenzas, las
que nacen de las modas fugaces, no existirán temores al manifestar que todavía
nos importa, y mucho, el seguir siendo buenos, fieles, amorosos, honorables,
valientes, virtuosos, en general.
La actitud del ser humano no debería
fundamentarse en modas, sino en verdades. Las modas muchas veces son apenas
producto de la cobardía interior. Si ser virtuoso es difícil, entonces se
menoscaba la virtud y se la desprecia lo suficiente como para que nadie se
preocupe en alcanzarla. Pero si despierta el Hombre Interior, se alzará por
encima de estas cuestiones temporales y variables, y hará oír su voz.
El Año Nuevo es lo que cambia; el tiempo es
lo eterno. Un año y otro se distinguen por el acento que pongamos nosotros
mismos en ellos, pero nosotros seguimos siendo los mismos. El Nuevo ciclo debe
suponer un respiro en el camino, un alto para meditar y planificar, sin olvidar
la continuidad, la suma de experiencias y esfuerzos anteriores. Y, sobre todo,
supone la promesa con nosotros mismos de avanzar un paso más, hacia una nueva
meta en aquello que decidimos lograr.
Entonces, unidos podremos brindar por un
Año no sólo Nuevo, sino Mejor.
Delia Steinberg Guzmán.
Directora Internacional de Nueva Acrópolis
Organización Cultural internacional
Nueva Acrópolis,
organización internacional sin fines de lucro de carácter filosófico y cultural. Te desea una Feliz Año Nuevo y que
entre tus propósitos de año nuevo exista
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