miércoles, 8 de octubre de 2014

                           

                  Cambios de personalidad
Frente a algunos de los problemas que aquejan a las sociedades actuales, se han elaborado una buena cantidad de estudios sobre los cambios que la personalidad humana puede llegar a experimentar. Y eso, evidentemente, nos interesa a todos.
Sin embargo, es difícil y complejo definir qué es la personalidad y, por lo mismo, no resulta sencillo establecer cuáles son los factores que alteran la personalidad, y si dichos factores son externos, internos del hombre o mixtos. Ni tampoco es fácil decidir si todo cambio de la personalidad es necesariamente patológico.
Situaciones límite derivan de la falta de seguridad en la vida y en uno mismo, de la lucha desencarnada por la supervivencia física, de las guerrillas y del terrorismo que asoman por todas partes. Sectas y fanatismos religiosos, enfrentamientos políticos, ambición de poder y otras varias plagas similares hacen que la personalidad humana no tenga asideros firmes y, por lo tanto, no se desarrolle normalmente. De allí la fragilidad que posibilita cualquier distorsión.

Qué es la personalidad

No es nuestra intención hacer un repaso de las múltiples teorías que se han planteado a lo largo de la Historia. De manera un tanto general, se suele aceptar que la personalidad es un producto de la formación y evolución del ser humano, a partir de dos factores previos y básicos: el temperamento y el carácter. El temperamento, como bien lo explicaba ya Hipócrates –temperamentos flemático, sanguíneo, melancólico o colérico–, depende de un estado orgánico congénito, que permite expresarse al individuo espontáneamente frente al mundo exterior.
El carácter es consecuencia de una elaboración paulatina en la que el individuo regula las presiones del temperamento y los instintos, determinando una conducta y unos propósitos, los que, lógicamente, pueden variar en función de la educación y de las relaciones de cada persona con los demás y con su medio circundante.
En cuanto a la personalidad, requiere a la conciencia como centro, para mejorar más aún ese entramado de elementos constitutivos que llegan a distinguir a una persona de las demás. Indica una integración de hábitos, actitudes, ideas, memoria, motivaciones, pautas de acción…, donde encajan las conductas dirigidas hacia el exterior y observables, y otras internas que no siempre se dejan ver (emociones, ideas, etc.).
Ya Cicerón, amante de las ideas platónicas y aristotélicas, definía la personalidad de cuatro maneras diferentes que, sin embargo, se ajustan a las conceptuaciones actuales, más bien las psicológicas que las meramente biológicas. Para Cicerón, la personalidad es:
  • Una máscara (del griego persona, máscara), una apariencia que el ser humano utiliza para presentarse ante los demás.
  • Una meta, una finalidad humana.
  • Una responsabilidad que otorga dignidad.
  • Un conjunto de cualidades que hacen al ser humano digno de su condición.
Está de más recordar que, tanto para Cicerón como para muchos otros filósofos de su época, anteriores y posteriores, esas cualidades giran alrededor de la moderación, la autodisciplina, la prudencia, la tolerancia, la generosidad, la integridad moral; en síntesis, de la capacidad racional y espiritual de controlar los factores irracionales e instintivos propios de los animales.
Es probable que hoy ya no se consideren esos valores como los más significativos, pero, no obstante, nos inclinamos a pensar que la ausencia de tales valores es la que contribuye en buena manera a una dudosa constitución de la personalidad y a sus consiguientes perturbaciones.

La personalidad para la filosofía esotérica

Coincidiendo con lo que expresan los filósofos antiguos, la filosofía esotérica, que es la fuente universal que ha servido de fundamento a cientos de pensadores antiguos y modernos, presenta la personalidad como una máscara, pero no en el sentido peyorativo del concepto. La personalidad es la cobertura natural que asume el espíritu humano cuando se manifiesta en el mundo concreto. El espíritu necesita no solo una protección debido a su sutilidad, sino también un medio de expresión, y eso es la personalidad.
De acuerdo con estas doctrinas, está conformada por cuatro componentes de distinta naturaleza, y solo puede hablarse de una personalidad formada, integrada, sana, cuando esos componentes se armonizan por el esfuerzo de la voluntad y la inteligencia.
Hay que combinar:
  • El cuerpo físico, con todos los elementos orgánicos que lo constituyen.
  • La vitalidad, que es un atributo del cuerpo físico mientras está vivo, es decir, mientras está manifestado. El cuerpo muerto mantiene la forma por un tiempo, pero no la vitalidad.
  • La psiquis, con toda su riqueza de emociones, pasiones y sentimientos.
  • La mente, con sus capacidades latentes o desarrolladas de raciocinio y selección inteligente de ideas para hacer de ellas motores de acción.
Como vemos, no hay tanta diferencia entre aquellas definiciones y las actuales que se refieren a una integración de factores temperamentales biológicos, más los psicólogos y los intelectuales. Ni creemos que haya tampoco gran diferencia en el esfuerzo consciente que cada individuo ha de realizar para coordinar estos factores. La personalidad, pues, es cambiante en cuanto evoluciona, crece y se asienta a medida que el ser humano logra una mayor madurez.

Características de la personalidad: es cambiante y múltiple

Hoy se nos dice que la personalidad se caracteriza por ser un todo organizado pero de relativa estabilidad. Es decir, que, por momentos o en ciertas épocas de la vida, se puede conseguir una cierta organización estable, que tiende a desaparecer ante circunstancias especiales.
De igual modo, encontramos textos antiguos que reflejan la gran dificultad que entraña conseguir una personalidad equilibrada que se mantenga en ese estado, sin que nada llegue a alterarla, o que, al menos, esas alteraciones sean breves y de mínima relevancia. En el Bhagavad Gita, obra integrada en el grandioso Mahabharata hindú, su personaje central –el prototipo humano– se queja ante su maestro: “Porque la mente es inquieta, obstinada, impetuosa y violenta, y no cede fácilmente a la voluntad. Dominar la mente es lo mismo que dominar el viento: un imposible”.
Entonces llegan los sabios consejos que ayudan a dominar la mente, clave de la personalidad: ejercicio prolongado y continua atención, disciplina, vigilancia y paciencia, unidas a una invariable determinación.
Mientras tanto, y lejos de aquellos consejos, la estabilidad y dominio de la personalidad son fenómenos variables a los que hay que resignarse, o bien recurrir a paliativos que no remedian de raíz el problema.
¿Qué cambios podemos apreciar dentro de la llamada “normalidad”?:
  • Los avances propios del crecimiento y la madurez, que le otorgan una mayor amplitud, un mayor equilibrio e integración entre sus componentes.
  • Una detención en el avance, que puede ser natural o motivado por factores varios, desde la educación hasta la edad y la propia falta de interés.
  • Un retroceso o disgregación, que responde a la vejez o a situaciones traumáticas externas y/o internas.
Pero, insistimos: estos cambios, para bien o para mal, no son fácilmente controlables porque el equilibrio inicial se ha considerado inestable desde su comienzo, o demasiado sujeto a imponderables, y porque siendo la personalidad un conjunto de múltiples componentes, no se presta a una fácil coordinación. La multiplicidad es, pues, otra característica de la personalidad, y si bien hay casos verdaderamente patológicos de personalidad doble o múltiple, esa enfermedad revela la falta de un elemento superior que pueda poner de acuerdo a la personalidad. Necesitamos, pues, ese conjunto de disciplina y determinación que solemos llamar voluntad.
Sin descartar los factores congénitos que hacen la personalidad y los otros malamente adquiridos sin una formación específica, la verdadera personalidad es un logro individual y consciente. Y no decimos individual por el hecho de que cada cual deba conseguirlo aisladamente, sino que nadie puede suplir esa conquista, nadie puede dar a otro el equilibrio personal que le falta. Se puede ayudar, se puede aconsejar, se puede conducir por un camino acertado, pero eso es algo que cada cual debe ganar por sí mismo, claro está que con una dirección acertada, al menos en los primeros pasos, hasta poder continuar por los propios medios.
Delia Steinberg Guzmán.

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Calidad de vida


Como consecuencia lógica de las exigencias de nuestra civilización tecnológica, fundamentada en la calidad y el rendimiento de sus productos, se han vuelto los ojos finalmente hacia el ser humano, el factor principal de cualquier modelo civilizatorio, tecnológico o no.
Con el paso de los años, se ha llegado a la conclusión de que la calidad objetiva de la producción material es tanto mejor cuanto mejor se encuentra el hombre-productor. Una vez más, las máquinas solas no pueden realizar una obra acabada; el simple incentivo de tener más bienes o ganar más dinero no es suficiente para hacer feliz al hombre. Por ello, se ha puesto de moda mejorar la calidad de vida. En miles de empresas, grandes, pequeñas y medianas de todo el mundo, se han lanzado campañas para elevar la autoestima, la eficacia consciente, el sentido de participación y responsabilidad, el desarrollo de las relaciones humanas y de la correcta comunicación entre unos y otros.

Todo esto está muy bien y, de hecho, se han logrado avances positivos en muchos casos: gente más distendida, más atenta a su trabajo y más conforme con el medio ambiente en el que se desarrolla. Pero creemos que aquí no acaba la cosa. Esta calidad de vida tiene una motivación de partida que no cubre todo el espectro humano; busca una mayor y mejor producción, pero no suele tomar en consideración las otras necesidades inherentes a la condición de estar vivos, de enfrentarse a docenas y docenas de situaciones que no siempre tienen que ver con el trabajo y la productividad. El ser humano requiere, lógicamente, unos medios materiales –más o menos tecnificados– que le permitan subsistir dignamente. Y, sobre todo, que le permitan competir y lograr un sitio en medio de unas sociedades específicas, que miden a la gente por lo que tienen y por el prestigio que alcanzan.
Pero no podemos olvidar que, junto a esa subsistencia material, existen sentimientos no siempre definidos que alegran o torturan –según el caso– a quienes los experimentan; ideas no siempre claras ni resueltas que dificultan una marcha segura, la elección del futuro. Y aún agregaríamos esas otras vivencias, espirituales o metafísicas, que surgen de pronto en la conciencia pidiendo respuestas a los enigmas de siempre.
Para hablar de una auténtica calidad de vida, debemos considerar al hombre en su integridad, y no solo en lo que puede dar y producir. Hay que considerar una educación que, desde los primeros años, atienda el desarrollo psicológico, mental, moral y espiritual de quienes, más adelante, tendrán que dar lo mejor de sí, habiendo llegado primeramente a ser mejores.
En lo psicológico, es importante que cada cual sepa distinguir sus emociones cotidianas y pasajeras de aquellos sentimientos profundos que pueden y deben alimentarse para que perduren y proporcionen una felicidad estable. Mientras se relacione la calidad de vida con unas experiencias emocionales superficiales y cambiantes, poniendo allí el acento y el interés, no habrá personas seguras de sí mismas ni de quienes tienen a su alrededor. Lo variable puede ser entretenido por un tiempo, pero no lleva el sello de la calidad.
En lo mental, no solo hace falta estudiar, tal y como hoy se entiende esto, porque la realidad nos demuestra con cuánta facilidad se olvida lo que mal se estudia. Hace falta aprender, recordar con inteligencia, sumar experiencias propias y de otros, hacer vital todo aprendizaje para obtener, también a este nivel, calidad de vida.
En lo moral, y aunque los ejemplos diarios indiquen lo contrario, es indispensable desarrollar las virtudes latentes en todos los seres humanos. No importa que no esté de moda ser bueno, honesto, justo, prudente, cortés, valeroso, generoso, digno; simplemente, sin esas y otras características similares, no habrá calidad de vida. Y los hechos lo demuestran.
En lo espiritual, sin caer en fórmulas fanáticas e intransigentes, hay que ofrecer una salida a las inquietudes del alma, que quiere saber qué hacemos aquí, en el mundo, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Sobran enseñanzas y consejos de grandes sabios, los de ayer y los de hoy, para señalar perspectivas en este sentido. Hay que saber aprovecharlas y dejar de lado la prejuiciosa vanidad de que nadie puede transmitirnos nada válido, y menos si son conceptos que han traspasado el tiempo desde la Antigüedad.
Verdaderamente, todos queremos calidad de vida. Pero queremos darle a la vida su verdadero y amplio significado y que la calidad nos haga mejores en todos los aspectos. Entonces seremos más eficaces, más felices, más inteligentes, un poco más sabios y podremos ostentar con orgullo el calificativo de seres humanos.
Delia Steinberg Guzmán.

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lunes, 10 de febrero de 2014

El Romance de la Felicidad - José Santos Chocano


EL ROMANCE DE LA FELICIDAD
Felicidad: yo te he encontrado
más de una vez en mi camino;
pero al tender hacia ti el ruego
de mis dos manos... has huido,
dejando en ellas, solamente,
cual una dádiva, cautivo
algún mechón de tus cabellos
o algún jirón de tus vestidos...
Tanto mejor fuera no haberte
hallado nunca en mi camino.
Por ser tu dueño, siento a veces
que no soy dueño de mí mismo...
Toda esperanza es un engaño;
todo deseo es un martirio...
Felicidad: te vi de cerca;
pero no pude hablar contigo.
Ya voy sintiéndome cansado...
Cuando en la orilla del camino
me siento a ver pasar a muchos
que hacia ti vayan cuál yo he ido,
tal vez te atraiga mi reposo,
mi displicente escepticismo,
mi resignada indiferencia,
mi corazón firme y tranquilo;
y, paso a paso, a mí te acerques,
sin que yo llegue a percibirlo,
y, al fin, sentándote a mi lado,
hablarme empieces: -Buen amigo...
¿Será mejor el no buscarte?
¿Será mejor el ser altivo
en la desgracia y no sentirse
juguete vil de tus caprichos?
Yo sólo sé que cuantas veces
con más afán te he perseguido,
más fácilmente, hacia más lejos,
más desdeñosa, huir te he visto.
Yo sólo sé que cuantas veces
tornó perfil un sueño mío,
Felicidad, te vi de cerca,
pero no pude hablar contigo...
José Santos Chocano

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El Amor según Platón



¿ A qué llamamos amor?

Según Platón:

Primero nace el amor a la belleza corporal, pero al ver más allá , surge el amor a la naturaleza, a la conducta, a la moral; una belleza más preciosa, que ama  más una alma bella, de buen carácter y un corazón sabio.
Donde la belleza interior supera la física.

Amar la sabiduría , la vida, lo bello que es bueno y justo; fuera de lo material.

Busquemos un amor trascendente que hace posible los imposibles; eso es "Amor Platónico". 



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sábado, 1 de febrero de 2014

¡Rompa con la Posposición !




¿ A que le llamamos Posposición ? Al mal hábito de dejar para mañana  lo que podemos hacer hoy,,,
Todo empieza  por la mañana cuando usted dice al sonar del reloj  despertador : " 5 minutos más... "

Acá tiene 5 consejos para dejar de postergar  las cosas:


1.- Defina qué quiere y represéntelo en un mural con imágenes:  Esto sirve para reprogramar  su subconsciente de manera positiva hacia sus propósitos
.


2.- Siga la dieta de los 30 días  sin postergar: Haga una tarea cada día que llevaba tiempo de estar postergando , y anótela en un calendario para renovar su Fuerza de Voluntad.



3.- Ejercitese 2 veces diarias: 30 minutos en la mañana  y 30 minutos en la tarde:
Así obtendrá la energía que necesita  su "Nueva Forma de Vivir!".


4-. Renueve sus ambientes y sus horarios para eliminar las distracciones: Elimine  los hábitos de dispersión y logre trabajar  concentradamente en ciclos de 90 minutos.



5.- Resuelva sus conflictos:  Renueve su mente y sus emociones , resuelva  relaciones  conflictivas que le están ocasionando malestar, logre paz  y serenidad.




Nueva Acrópolis,es una  organización internacional sin fines de lucro de carácter filosófico y cultural. En  más de 50 países, se ofrecen cursos de Filosofía Práctica,  así como una variada agenda de actividades culturales y de Voluntariado. Contáctanos al Tel.: 2232-0727 y Visítanos en:  www.acropolishonduras.org


sábado, 14 de diciembre de 2013

Año Nuevo... ¿¡Vida nueva!?




Año Nuevo... ¿¡Vida Nueva!?





Cuando se acerca el fin de un año, el fin de un pequeño ciclo dentro de nuestras vidas, suele acometernos el deseo de repasar ese ciclo y las cosas que hemos llevado a cabo durante su transcurso. Éxitos y fracasos pasan rápidamente -demasiado rápidamente- delante de nuestros ojos, de la imaginación, y preferimos olvidar todo prometiéndonos mil mejoras para el próximo lapso que, finalmente, no será muy diferente al anterior. Dos problemas coinciden de manera influyente en este panorama, dos problemas a los que queremos referirnos en este artículo. Uno de los conflictos mayores es la indecisión de los humanos acerca de lo que verdaderamente queremos ser y hacer. Esto lleva a vegetar en vidas medianas, opacas y carentes del brillo del idealismo. Todo se resuelve en una perpetua angustia, que se borra apenas por fugaces momentos, pero que nunca es erradicada, porque en realidad nunca desaparece. El trasfondo de este problema es simple pero profundo: la angustia diaria, la angustia del momento presente, es el resultado de otras radicales y angustiosas preguntas: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? Si el ser humano no tiene definidos ni sus principios ni sus fines, ¿Cómo puede definir su momento presente? Para decidirse a hacer algo, para decidirse a ser alguien, hay que SABER qué es el hombre en general, y quiénes somos particularmente cada uno de nosotros. Es necesario resolver el origen y el fin de nuestras vidas, no en la vulgar respuesta de la materia que "aparece y desaparece" por "leyes casuales", sino en la verdad de una Ley Causal que encierra el misterio de nuestras vidas humanas y de todas cuantas formas de vida existen. Hay que adentrarse hasta la Raíz Divina -bajo el nombre que a Ella quiera dársele- para reconocer la propia raíz humana. Hay que vibrar con el ritmo de la evolución universal para sentirse igualmente imbricados dentro de ese ritmo, y comprometidos con esa misma evolución. Entonces podremos vivir años distintos unos de los otros, años mejores unos que otros a medida que ellos transcurren; entonces se borrará la opacidad de nuestras vidas, pues cada minuto que pase será un minuto de mayor claridad interior. El otro conflicto es la confusión entre lo temporal y lo atemporal, entre lo que vive y se gasta y aquello otro que perdura sin desgaste. Indudablemente nuestras vidas suponen un juego perpetuo entre valores temporales y cambiantes y valores perpetuos y estables. Pero hay que llegar a diferenciar perfectamente unos de otros. Del mismo modo en que ninguno de nosotros puede identificarse totalmente con el cuerpo; del mismo modo en que, aunque el cuerpo envejece, nosotros podemos seguir siendo jóvenes por dentro, porque la Juventud radica en el alma; así, y no de otra forma, debemos escoger como guía aquellos valores que no perecen con el tiempo. La diferencia está entre lo duradero y lo eterno. Lo duradero, dura... pero finalmente se acaba; se traduce en modas más o menos largas, pero modas al fin. Lo eterno es siempre, ahora, antes y después; aunque miles de voces "de moda" pretendan disminuir lo eterno, ello vive fuertemente arraigado en cada uno de nosotros. El hombre de las viejas civilizaciones, ése que hoy aparece en forma de coloridas imágenes en los libros de historia, y el hombre de nuestros días, ambos siguen entendiendo de la misma forma el valor del Bien, de la Virtud, de la Amistad, del Amor, del Honor, del Deber, de la Fidelidad...   Si abandonamos las falsas vergüenzas, las que nacen de las modas fugaces, no existirán temores al manifestar que todavía nos importa, y mucho, el seguir siendo buenos, fieles, amorosos, honorables, valientes, virtuosos, en general.   La actitud del ser humano no debería fundamentarse en modas, sino en verdades. Las modas muchas veces son apenas producto de la cobardía interior. Si ser virtuoso es difícil, entonces se menoscaba la virtud y se la desprecia lo suficiente como para que nadie se preocupe en alcanzarla. Pero si despierta el Hombre Interior, se alzará por encima de estas cuestiones temporales y variables, y hará oír su voz.   El Año Nuevo es lo que cambia; el tiempo es lo eterno. Un año y otro se distinguen por el acento que pongamos nosotros mismos en ellos, pero nosotros seguimos siendo los mismos. El Nuevo ciclo debe suponer un respiro en el camino, un alto para meditar y planificar, sin olvidar la continuidad, la suma de experiencias y esfuerzos anteriores. Y, sobre todo, supone la promesa con nosotros mismos de avanzar un paso más, hacia una nueva meta en aquello que decidimos lograr.   Entonces, unidos podremos brindar por un Año no sólo Nuevo, sino Mejor. 


Delia Steinberg Guzmán. Directora Internacional de Nueva Acrópolis     Nueva Acrópolis - Honduras Organización Cultural internacional info@acropolishonduras.org    Micro Cápsula: Nueva Acrópolis, organización internacional sin fines de lucro de carácter filosófico y cultural. Te desea una Feliz Navidad y Próspero  Año Nuevo y que entre tus  propósitos  exista un espacio para el crecimiento personal.  Visítanos en: WWW.ACROPOLISHONDURAS.ORG  e Infórmate de nuestros cursos y  conferencias . Para mayor información puedes llamar al  Tel. 2232-0727

sábado, 7 de diciembre de 2013



Las preguntas más importantes en la vida

Milagros Asto y Ricardo López
Desde pequeños, las preguntas nos han acompañado e impulsado a descubrir la vida. ¿Quién no se ha preguntado, alguna vez, quién hizo este mundo y para qué, si existe el destino, si existe la eternidad, si realmente tenemos un alma inmortal o todo acaba con la muerte, cuáles son los límites del universo...
Las preguntas más importantes en la Vida
Esa disposición de preguntarse, de desear encontrar respuestas es algo que acompaña al hombre desde que apareció en la faz de la Tierra: si investigamos en las más remotas culturas de Oriente y Occidente encontraremos estas mismas inquietudes.
Miles de años antes de Cristo, en la antigua India, las descubrimos en el magnífico poema del Bhagavad Gita que escenifica el diálogo del guerrero Arjuna y su Maestro Krishna sobre los motivos fundamentales de la existencia y la razón de ser de la propia vida, o en la Cultura Egipcia y su “Libro de los Muertos”, expresado en simbólicos pasajes en los que el alma del iniciado discurre a través de diferentes pruebas oteando la esencia del ser y el existir, y hasta en la misma civilización azteca por medio de la así llamada “Guerra Florida”, cuyo sentido no es otro que el despertar a la vida interior o espiritual.
En la antigua Mesopotamia, las encontramos en el mito de Gilgamesh, el héroe que ante la muerte de su mejor amigo, sufre terriblemente y se pregunta dónde está, si volverá o no.
El hombre siempre se interrogó
De no haber tenido esa predisposición desde la edad de las cavernas no se hubieran atrevido a salir de su oscuro refugio preguntándose qué hay más allá de los límites de lo que ve. Jamás se habrían arriesgado a investigar cuáles son los confines del mundo.
El cuestionarse sobre todo aquello que se vive y todo lo que ocurre es quizá una de las principales características de la condición humana.
Los animales no se interrogan, viven simplemente siguiendo sus instintos. Tampoco las plantas se interrogan. El autocuestionamiento es un aspecto que distingue a los humanos. Decía el Profesor Jorge A. Livraga que sólo hay dos tipos de seres humanos que no tienen inquietudes: los sabios o los imbéciles. Los primeros porque ya se respondieron las preguntas esenciales y los segundos porque su estado de imbecilidad les niega la posibilidad de darse cuenta siquiera de que el misterio nos rodea por todas partes.
Todos nos hemos preguntado alguna vez: “¿quién soy?, ¿cuál es mi origen? ¿cuál es mi destino?” Todos somos, en mayor o menor medida, “filósofos”. Esta palabra, de origen griego, viene de “philo-sophia”: el amor a la sabiduría.
Sin embargo, cuántos de nosotros no habremos concluido de manera apresurada que tales preguntas carecen de respuesta y creyendo que son producto de la inmadurez, las hemos postergado y finalmente ignorado, por dedicarnos a “cosas realmente útiles”.
¿Acaso no es útil conocer qué es la felicidad, cuando todos nuestros actos buscan tal fin? ¿Será útil conocer qué sentido tiene mi vida o es mejor vivir a ciegas, sin saber ni de dónde vengo ni a dónde voy y finalmente cuando muera, no saber para qué existí?
Al hombre no le basta con lo que percibe de manera inmediata, quiere ir más allá y conocer qué hay detrás de todo lo que ve, toca o escucha. Tanto es así que los más grandes pensadores y maestros han tenido como ocupación principal la búsqueda de respuestas a tales cuestiones. Pues como dicen todos ellos: “una existencia sin una búsqueda, sin una pregunta, sin una duda, sin una intranquilidad, sin el deseo de saber cuál es el sentido y el trasfondo de la vida, sin claridad de miras ni coherencia, sin un destino es la peor de las desgracias.”
Quizá las respuestas no estén en el mundo concreto, físico, si no en el meta-físico: lo que está más allá de lo físicamente perceptible.
Ingresar en lo Metafísico es conocer el lado profundo del ser de cada uno, es conocer la naturaleza de los sentimientos, de los pensamientos, del alma, es acercarse al misterio mismo de nuestra presencia en la faz de la Tierra, a la raíz de la vida.
La Metafísica y la Filosofía sirven para que descubrir tu realidad interior, tus potencialidades y sobre todo, para responderse a preguntas tan importantes como ¿cuál es el sentido de la vida?
Micro Cápsula

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