domingo, 14 de abril de 2013




Enfrentando y Aprendiendo de la Señora   Soledad

A mis soledades voy,
de mis soledades vengo, porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos… Lope de Vega.

La soledad es uno de los problemas palpitantes y delicados del alma humana que afectan a todos, independientemente del género, edad, situación material, nivel intelectual o títulos adquiridos. No existe ni una sola persona que pueda presumir de no haber sentido nunca en su propia piel ese estado interno tan particular que puede ser a veces doloroso y a veces, por el contrario, muy profundo y especial. Tema recurrente de poetas, cantores, personas comunes y corrientes: TODOS han cuestionado a la vida sobre el porqué de su soledad… Ciertamente la soledad es un tema que ocupa y preocupa al hombre de hoy y de siempre; aunque de ello no se quiera hablar mucho… En realidad muy pocos se atreven a reconocer serenamente su soledad; en cambio, muchos, viven haciendo esfuerzos por disimular, ocultar o huir del “terrible estigma de estar solo”…
¿Por qué y en qué situaciones el hombre puede sentirse solo? No es fácil responder a esta pregunta. En realidad el problema de la soledad recuerda en algo a un enorme iceberg. Existe una pequeña parte bien vista y perceptible para todos. Pero hay también otra parte, mucho más grande, sumergida en el agua, que queda fuera del alcance de la vista humana y de las leyes de la lógica mental.
La soledad puede llegar intempestivamente o ser el estado crónico de un solitario empedernido. Aparece cuando faltan contactos con el mundo circundante o con otras personas con las cuales se siente cierta afinidad. Algunos se sienten solos por no tener en la vida a un compañero o compañera realmente querido con quien poder compartir las penas y alegrías. Otros quieren simplemente ser amados, ocupar un lugar principal en la vida de alguien. Y otros no son aptos de encontrar a alguien capaz de compartir sus pensamientos, sentimientos, sueños recónditos y aspiraciones.
Se puede experimentar soledad en cualquier ocasión o circunstancia. El que se encuentra en medio de una multitud de personas puede sentirse más solo, que quien decide aislarse intencionalmente en una montaña. Pero, ¿por qué razón, en una época donde se tiene al alcance posibilidades infinitas para estar en contacto con el mundo entero- por ejemplo, las muy populares redes sociales del mundo virtual- siguen hombres y mujeres, aún, sintiéndose abrumadoramente solos? ¿Quién(es) indican que alguien está, en efecto, “solo”? Normalmente siempre existirá una presión, por así decirlo, para buscar y encontrar la compañía de alguien, ya sea en una pareja o a través de “grupos de amigos”. La sociedad y los medios masivos, la familia misma y toda una serie de ideas preconcebidas, llevan a las personas a aceptar toda suerte de relaciones deformes con tal de no estar solos.
Por lo tanto hace falta preguntarse, ¿De dónde viene la necesidad imperiosa por acudir en desesperación, casi dolorosa, a extirpar la soledad? Una palabra define la cuestión: MIEDO.
El miedo a la soledad es natural y muy comprensible, pero a menudo se convierte en una fuente de decisiones erróneas, estados psicológicos verdaderamente tortuosos y desaciertos motivados por razones muy diversas y discutibles.
Si se observa cómo se manifiesta el miedo a la soledad se constatará que está siempre ligado a una necesidad básica del ser humano: sus relaciones con otras personas. “Si tengo relaciones no me siento solo, y si no llego a tenerlas me siento frustrado”. Al seguir la lógica de esta idea, correcta en su base pero superficial en su esencia, sin tratar de ir al fondo del problema -lo que sucede en la mayoría de los casos- resulta que el bienestar y tranquilidad así como la percepción de la felicidad, no dependen propiamente de cada individuo, sino de otras personas.
Se depende en mayor o menor grado de la reacción del otro, de su disposición hacia “nosotros”, de sus signos de atención, de su apoyo, comprensión y ayuda. La presencia de todo esto hace felices a quienes lo buscan, les ayuda a vivir y a sentirse personas válidas y realizadas en la vida. Por el contrario, cuando faltan las manifestaciones externas de este tipo, se pierde el equilibrio y la seguridad propia, se cae en depresión, se experimenta vulnerabilidad, se sufre con heridas abiertas: En definitiva, se pierde el sentido y la alegría de vivir (cualquier parecido con la realidad es pura ficción…). Como en este caso la felicidad depende menos de cada individuo en sí mismo y mucho más de las circunstancias externas y de cómo los van a tratar los otros, el miedo a la soledad adquiere formas muy particulares: Dependencia emocional, egoísmo, ansiedad…
No obstante las razones desalentadoras, medianamente expuestas, ¿existirá forma alguna de adaptarse, superar y hasta aprender de los estados de soledad? Creemos que sí.
Las oportunidades que ofrece la soledad a los individuos que se atreven a aceptarla, son invaluables.
·         Una de ellas es el auto-conocimiento. Y es que en los estados de aislamiento, la soledad es capaz de confrontar a cada cual con sus complejos y temores más profundos, asimismo es una llave que posibilita el encuentro con las potencialidades del Alma.
·         El estar solos puede ser una oportunidad para ayudar a otros; pues en la medida que se deja a un lado el dolor propio las personas alrededor cobran vida e importancia.
·         Los momentos de soledad suelen ser ocasiones únicas para emprender actividades que desafíen el propio “status quo”, o para iniciar lecturas profundas de carácter sagrado, filosófico, y mejoramiento personal.
Y cuando se trata de superar estos estados de aprendizaje es recomendable seguir algunos consejos prácticos como:
·         Llenar la vida con acciones generosas impulsadas por un Ideal que ilumine la vida y la de otros, siempre será un medio para superar las angustias de la soledad.
·         Pensar en los demás y emprender acciones sociales y de ayuda humanitaria hacia el más necesitado.
·         Tener un hobby que alimente estos espacios de soledad con elementos de crecimiento interior como la lectura idealista, la jardinería o el deporte
·         Evitar películas o lecturas que sumerjan las emociones en una espiral de confusión.
·         Recordar el don de La Esperanza aquella dosis de paciencia y de fe que permite superar los momentos para lanzarse hacia un futuro mejor.
·          Disfrutar quedando en silencio, deteniendo por un momento la actividad febril y animándose a penetrar los secretos insondables que la soledad tiene para contar
 La vida con toda su intención pedagógica puede alternar momentos de cálida compañía con momentos solitarios, y a cada uno de ellos hay que saber adaptarse cumpliendo el rol que corresponde temporalmente… Si por ahora, el caso es el estar solo, bien vale la pena continuar caminando serenamente con ésa amiga, fría o dulce, según se quiera asumir, llamada: Soledad.


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